Porque no podemos separar el cuerpo del alma

Dicen que el alma llega al cuerpo cuando se está en el vientre materno, a las pocas semanas. Desde ahí se establece una gran conexión. Nos alimentamos de nuestra madre y de todo lo que ello implica: su genética, su alimentación, su entorno, su forma de ser, sus palabras y sus emociones. Por su puesto, el padre también tiene un papel importante, aunque sea menos perceptible durante esa etapa. 

Una vez en el exterior seguimos absorbiendo información influenciados por todo lo que hay a nuestro alrededor y, poco a poco, creando nuestros propios pensamientos y experiencias hasta que nos desarrollamos totalmente y nos vamos convirtiendo en la persona que somos.

El cuerpo y el alma forman un bloque indivisible, no pueden funcionar el uno sin el otro. El alma necesita un cuerpo en el que vivir, y este último necesita un alma que le guíe, le cuide, le proteja… No podemos cuidar a uno y olvidarnos del otro. Si nuestro organismo enferma, tardamos poco en deprimir o perder la confianza; si la psique no va bien, el cuerpo termina por caer. Es vital conseguir un equilibrio entre ambos para estar bien y poder ocuparnos de lo que realmente cuenta, vivir feliz y compartir.

Todo lo que nuestros progenitores nos transmiten, así como las experiencias y emociones que vamos acumulando a lo largo de nuestra vida, tienen una gran influencia en lo que nos sucede posteriormente. Por ese motivo, no tenemos más remedio que trabajar y esforzarnos constantemente para mantener una armonía en nuestras vidas. Esto es importante a cualquier edad, pero deseo hacer hincapié en que la infancia es un periodo especialmente sensible y que corresponde a los adultos la responsabilidad de velar por los más vulnerables durante esa etapa. Si he comenzado mi artículo hablando de la conexión que establecemos con los padres desde nuestra edad más temprana es por la gran influencia que ésta ejerce.

Una buena alimentación es indispensable para nuestro cuidado y desarrollo, pero para que las experiencias difíciles de nuestra vida no terminen por afectar negativamente a nuestro organismo no podemos dejar de lado nuestra mente.  Por ese motivo, además de temas relacionados con la alimentación, encontraréis en este blog algunos artículos sobre cuestiones relativas al impacto de nuestras emociones en nuestra vida. Al fin y al cabo, una de las formas más naturales de cuidarse es a través de lo que tenemos en la cabeza. El objetivo es reavivar ciertos hábitos e ideas saludables que a veces descuidamos ya sea por falta de tiempo, por desmotivación o incluso porque simplemente nos olvidamos de cuidarnos a nosotros mismos.

No dejéis de prestar atención a lo que necesita el alma, lo demás no puede funcionar por mucho tiempo sin ella.

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Beneficioso y práctico, así es el aceite de coco

El coco es uno de mis productos fetiches por excelencia. Sin duda, nada que ver con aquella cara de pocas migas que le ponía antes cada vez que me ofrecían algún pastelillo o algún producto, ya fuese comestible o por ejemplo de perfumería, que llevase este ingrediente.  No había ningún motivo particular, simplemente no era para mí. Es como ese sentimiento sin explicación de ver algo, o entrar en un lugar que no te gusta sin motivo aparente, ¿alguien a quien no le haya pasado?

¿Entonces qué ha sucedido? El tiempo, tic tac, tic tac. Las cosas cambian y de repente te conciencias de que el coco tiene unas propiedades increíbles. Es posible que ya sepáis que tiene un alto contenido en minerales y vitaminas que le confieren numerosas propiedades antioxidantes, diuréticas, reparadoras y energéticas, entre otras. Lo podemos encontrar en diversas formas y tipos de productos. Se puede encontrar en forma de agua, leche, aceite, rallado… Lo consumimos en la alimentación, siempre de forma moderada debido a su alto contenido en calorías, y también se usa para la fabricación de cosméticos y productos capilares.

En este artículo me voy a centrar en el aceite de coco. Para mí es un producto básico que no debería faltar en los hogares, por la riqueza de sus propiedades y por la cantidad de usos que se le puede dar.

Como cualquier aceite, tiene funciones básicas en la alimentación como pueden ser aliñar sabrosas ensaladas o untar en tostadas para el desayuno o la merienda, con el valor añadido que este aceite en particular nos aporta. Es uno de los mejores aliados para cocinar puesto que es uno de los aceites que menos se transforma con el calor, como sucede con otros. Éste es un punto esencial puesto que es preferible conservar siempre al máximo los componentes de cada alimento.

Y cómo no, las estanterías del baño le tienen reservado un lugar. Perfecto como crema hidratante para la piel y el cabello, se lleva un 10 entre mis productos preferidos para los cuidados personales. En crema para cuerpo, manos y cara se puede aprovechar su acción hidratante y reparadora. Una mascarilla de aceite de coco en el cabello, ya sea durante unos minutos antes del baño o durante la noche anterior, os dejará un pelo hidratado, suave y luminoso. Una pequeña aplicación como crema de labios especialmente en invierno os ayudará a lucir unos labios naturalmente irresistibles. Puede servir incluso como pasta de dientes. Y al final del día, nada como unas gotitas de aceite de coco para desmaquillarse.

No hay que olvidar que puede integrarse en númerosos cosméticos como un ingrediente más, por ejemplo, cuando fabricamos nuestro propio gel de baño casero.

También tiene algún que otro uso más peculiar. Concierne especialmente a los niños, en esos bochornosos periodos escolares en que se ven contagiados con algún que otro piojo. Y sí, esas cosas pasan. Una aplicación de aceite de coco en el cabello, cubriendo después la totalidad con un pañuelo, y conseguiréis asfixiar a los desafortunados bichitos. Operación a repetir varios días en caso de duda.

Y con esto, espero al menos que aquellos que aún no estábais convencidos os empecéis a plantear su uso.